“Y habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amo hasta el fin” San Juan 13:1
El capítulo 13 de Juan nos habla que se acercaba la fiesta de la Pascua. Jesús sabía que le había llegado la hora de abandonar este mundo para volver al Padre. Habiendo pronunciado sus últimas palabras en el mundo exterior ahora se recluye para estar con su propia familia: Los discípulos.
¿Qué sentía en esa hora hacia los discípulos?, ¿Qué pensamientos y emociones pasarían por su mente? ¿Qué hubiésemos pensado y sentido nosotros en su lugar? El texto dice: los amó hasta el fin.
Jesús era una persona que amaba.
Jesús nos muestra y enseña donde estaba su corazón. En su corazón encontró un lugar para su gente. Su mayor preocupación era seguir preparándolos para sus deberes y pruebas futuras. No fue egoísta. No se quedo pensando en sus penas o la perspectiva del gozo posterior. Se resalta la constancia de Jesús. Jesús nos muestra un amor hasta el fin, aunque no todos lo amaron así.
El Padre había puesto todas las cosas bajo su dominio, había salido de Dios y hacia Dios volvía. Tenía el dominio completo, autoridad y poder. ¿Que hizo Jesús con este poder? Jesús realizo un acto sencillo y profundo: “así que se levantó de la mesa, se quitó el manto, y se ató una toalla a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y comenzó a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba a la cintura” San Juan 13: 4-5.
Jesús hace una exposición dramatizada de la grandeza de su amor: ofreció su servicio a gente que no lo merecía, que lo abandonarían y también ofreció su servicio a una persona que se oponía. Demostró que el amor divino llega hasta las últimas consecuencias. Jesús era una persona que amaba. Los amó hasta el fin.
Jesús era alguien que conocía su identidad.
Lo que hizo Jesús era algo sencillo de la vida diaria. La gente andaba por los caminos polvorientos con sus sandalias. Cuando terminaba el día los pies estaban más bien sucios. Como acto de aseo personal la gente se lavaba los pies. Esto no es un problema a no ser que tengas que lavarles los pies a otros. Por lo general era una tarea que hacían los esclavos o quizás las mujeres y niños.
Lo más probable es que este lavamiento de pies fue provocado por alguna mala conducta de los discípulos. Quizás estaban discutiendo en que orden se debían sentar a la mesa o quien en esa ocasión debía ser el siervo y lavar los pies de todos. Lucas en su evangelio nos relata que tuvieron un altercado sobre quien seria el más importante, había lucha de poder, quizás los lugares que ocuparían en el reino. Los discípulos estaban dispuestos a pelearse por un trono pero no por una toalla. No era probable que alguno tome la toalla para lavar los pies de su compañero. Ellos preferían sentarse a comer sucios antes que estar limpios.
Jesús realizó algo impresionante. No apareció ningún esclavo, el que apareció fue Jesús. Se humilló. Lavó los pies de todos. Usó todo su poder para servir. Jesús sabía bien quien era y no necesitaba el poder para completar su identidad. No mal usó el poder y no lo manejó para sentirse importante o llenar un vacío en su vida. Podemos mal usar y abusar del poder cuando no sabemos realmente quienes somos, cual es nuestra identidad, a quien pertenecemos y a quien tenemos que ser semejante.
Nos preguntamos: ¿Para qué existe la posición? ¿La responsabilidad? ¿El liderazgo? ¿La autoridad y el poder? ¿Cómo lo solemos usar? ¿Cómo estamos sirviendo a los demás?
Jesús era una persona que estaba dando vuelta el orden social.
El amor de Cristo trascendió las barreras de clase social. Esta actitud de Jesús produjo una reacción fuerte en Pedro. “¡No!, protestó Pedro jamás me lavaras los pies” (v 8). No podía soportar la idea de que Jesús se humillara de esa manera. Jesús estaba dando vuelta el orden social. Estaba rompiendo con el paradigma de los honores y prestigio que solemos tener en nuestro medio. Pedro seguramente no se sentía digno. Tenía razón: no era digno de recibir esto, ninguno lo somos, pero no era una cuestión de mérito sino de Gracia.
El Señor con tono enérgico le dice: “Si no te lavo no tendrás parte conmigo”. Has tomado una posición peligrosa y grave. Porque la cuestión se reduce a si serás o no admitido en mí reino. Podría ser aceptado solo si se dejaba lavar los pies y entender su necesidad mas profunda de ser limpio por Jesús: sus pies estaban sucios. Lo que nos cuesta entender es el mensaje central de Jesús: Dios sirve y dá su vida por los pecadores.
A Pedro le costó abrirse a cosas nuevas. Era el momento para que comprendiera la nueva realidad de Dios hecho hombre, sirviendo, humillándose hasta la muerte. Su humillación lo engrandece una vez más y de aquí nace el modelo del Siervo, el modelo del pastorado, el modelo para ser discípulo. La reverencia del sistema actual o del mundo es diferente. Encuentra difícil hacer lo que el Señor hizo.
Lo que surge a continuación es preguntarnos ¿Somos personas que experimentamos la gracia de Dios y la compartimos con los demás? ¿Nos mostramos legalistas y desarrollamos una relación en base al mérito? ¿Estamos abiertos a servir a los demás en humildad y amor?
Jesús lavo los pies de Judas
Jesús sabía quien era Judas (San Juan 2:25, 6:64,70). No necesitaba que nadie le informara nada porque conocía el interior del ser humano ¿Qué haríamos si alguno de nosotros tuviese en su grupo a una persona como Judas? Quizás por mucho menos que una traición no tendríamos a personas que no estén de acuerdo con nosotros.
Judas había oído el mensaje de Jesús pero eso no lo transformó. Es muy interesante cuando Pablo les habla a los Corintios sobre la locura de la cruz (1 Corintios 1:23, 25). Exponerse y quedar vulnerable ante el enemigo es realmente una locura. Sin embargo Jesus lavó los pies de Judas.
Todo lo ocurrido con Judas ayuda a ver el corazón de nuestro Señor Jesús y el ejemplo a seguir. Jesús no solo sirvió a los que lo amaban sino también a su enemigo. Responder cabalmente al llamado y ejemplo de Jesús en lavar los pies de todos implica abandonar el derecho de elegir a quien quiero servir.
“¿Entienden lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien porque lo soy”. Maestro cuya doctrina tenemos que aprender y Señor cuya voluntad debemos obedecer. Deja claro que su humildad no ignora quien y que es El. El sabe quien es, de donde vino y a donde va. Su humildad es la de un Rey, la de un ser Divino. No solemos ver esto en nuestras mentes y rendirnos en adoración. Los modelos aprendidos muchas veces son otros y distorsionan nuestra comprensión-comportamiento.
Jesús muestra el modelo de mansedumbre, humildad, servicio y amabilidad fraternal. Es el modelo que recomienda para sus seguidores. Nos exige que prestemos atención a su comportamiento y nos esforcemos en imitarlo. “Les he puesto ejemplo para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes… ¿Entienden esto? Dichosos serán si lo ponen en práctica”. San Juan 13: 12-17
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