«Haras bien en ayudarlos a seguir su viaje, como es digno de Dios. Ellos salieron por causa del Nombre, sin nunca recibir nada de los paganos, nosotros, por lo tanto, debemos brindarle hospitalidad, y así colaborar con ellos en la verdad» 1 Juan 1:6-8
Cuando pensamos en la Iglesia debemos preguntarnos: ¿La misión es solo para algunos o para todos?, ¿Qué significa ser Iglesia misionera en el mundo de hoy?, ¿Puede una iglesia no ser misionera? ¿De quien es la misión?
Cuando hablamos sobre la misión primeramente estamos hablando de la misión de Dios (missio Dei). Dios es un Dios misionero. La misión existe simplemente porque Dios ama a las personas. Dios quiere rescatar a la humanidad de su deshumanización en lo moral, espiritual, físico, intelectual, social, económico, político y cultural. El establecimiento de su reino es la misión de Dios. Podemos concebir a la misión como un movimiento de Dios hacia el mundo donde la Iglesia es un instrumento para esa misión. La iglesia tiene el privilegio de participar pero la misión no es suya y no le pertenece a ningún proyecto privado. La misión no es la misión de tal o cual iglesia, agencia o institución. Es la misión de Dios donde su Espíritu esta obrando en el mundo e invita a su iglesia a participar.
Seguidamente afirmamos que la naturaleza de la iglesia es misionera. Hablamos que la iglesia es la iglesia en el mundo y para el mundo. No se concentra solo en el cielo. Se involucra en el mundo y por lo tanto es misionera. Será estar en el mundo siendo distinta del mundo. La iglesia es enviada a compartir el gozo y la esperanza, en medio de la tristeza y la angustia de la gente de nuestro tiempo, en particular de los que son pobres o afligidos en cualquier forma.
Ser misioneros no es una opción, es un mandato. Toda la Biblia nos da el mandato para la evangelización mundial. Implica escuchar el grito de los pobres, afligidos y perdidos. Hay 4 mil millones de personas que no conocen al Señor. La iglesia necesita asumir un compromiso más intencional en la misión mundial.
Muchas veces surgen malos entendidos en cuanto a que algunos son misioneros y otros no lo son. David Bosch que fue profesor y presidente del departamento de misiones de la Universidad de Sudáfrica y lucho incansablemente por la reconciliación, fue cuestionado en su momento cuando afirmo que todo es misión. Algunos argumentaban que cuando todo es misión entonces nada es misión. David Bosch respondió que esta tensión la debemos resolver de una manera creativa. Una forma de avanzar hacia esta creatividad es cuando asumimos que toda la iglesia es misionera y todo es misión.
Afirmamos que todos somos misioneros porque cada cristiano es llamado a participar y a ejercer el sacerdocio universal de los creyentes. Es para el cumplimiento de la misión que Jesucristo ha dotado a su iglesia de dones y del poder del Espíritu Santo. Significa que somos llamados a ser agentes de transformación hasta lo último de la tierra y que de ninguna manera se limita solo a la acción local o sólo a la acción global. Es cuando unimos la acción local y la acción global de la iglesia en el cruce intencional de barreras, de iglesia a no iglesia, en ser, hacer y decir, palabra y obra a favor de la extensión del Reino de Dios.
Dado que Dios es un Dios misionero el pueblo de Dios es un pueblo misionero. El Espíritu ha sido derramado sobre todo el pueblo de Dios, no sólo sobre unas personas seleccionadas. La comunidad de fe es la portadora primaria de la misión.
Ser misionero hoy es darnos cuenta que hemos sido enviados al mundo para amar, servir, predicar, enseñar, sanar y liberar. Es servir a la gente más olvidada de la ciudad, la nación y el mundo. Estamos hablando de un mensaje integral de salvación y esta dirigido a todo ser humano considerando la totalidad de su persona. Dios «no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento» (2 P 3:9). Cada persona tiene derecho a oír las buenas nuevas. La misión es universal e integral. En este servicio misionero debemos resaltar la labor de los “misioneros transculturales” trabajando en el mundo animista, hinduista, budista, islámico, ateo y postmoderno.
Las estructuras de la iglesia no deben obstaculizar el servicio relevante al mundo separando al creyente de la sociedad. Debemos encontrar un equilibrio entre el “Pueblo de la Iglesia” y la “Iglesia del Pueblo”. El servicio no debe ser ofrecido solo en la Iglesia sino también en la vida común y corriente ya sea en los hogares, escuelas, oficinas, fábricas, tiendas, consultorios, en la política, el gobierno y toda actividad sociocultural. El trabajo en la Iglesia como la acción a favor de la justicia, la misericordia y la verdad deben ir juntas.
En el Nuevo Testamento encontramos que muchos dones fueron otorgados a individuos para beneficio de todos. El don del sacerdocio nunca se menciona; en su lugar nos encontramos c on el texto de 1 P. 2:9 que dice que somos «linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable».
Dios confió el don del sacerdocio a todo el pueblo de Dios; por la cual podemos decir que «Por medio de él, y en honor a su nombre, recibimos el don apostólico para persuadir a todas las naciones que obedezcan a la fe» (Ro. 1:5). En este marco la iglesia es para todos y c on todos. Cada creyente sea ministro, laico, misionero es proyectado al trabajo de solidaridad con todo el Cuerpo de Cristo y el Mundo. La clave es reconocer que la tarea le pertenece a la iglesia toda y actuar en consecuencia.
Carlos Scott
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